martes, 5 de abril de 2011

Restaurar una Sanglas, Capítulo 1: Traerla a casa

Como tras la creación de la nueva web de cierto "club" de motos madrileño, desapareció la restauración de la FEYS, que es mi Sanglas, y que se colgó para ilustrar a otros legos como yo en la materia y animarles a iniciar la restauración o recuperación de sus motos, reproduzco ahora en este blog lo que allí, con mi poca experiencia pero ilusión a raudales, reproducía de mis andanzas en la mecánica y de mis avances en ese trastillo con el que tantas cosas he aprendido. Poco a poco recuperaré la serie de restauraciones que llevé a cabo con la Sanglas y que hicieron que fuera cada vez un poco mejor. También veréis los errores cometidos que no todo en este aprendizaje ha sido triunfo y laureles. Con ello os dejo:



Si hay una cosa clara en la vida es que tener amigos es de lo mejor que hay. Una vez decidida la compra y hecho el pago y la correspondiente visita al gestor quedaba la ardua tarea de llevar la moto a casa. Suele pasar con este tipo de motos que al estar en desuso no te las puedes llevar en marcha, o bien la distancia es muy grande para ir a 80-90 que andan antes de estar puestas a punto. 


Ni que decir tiene que la forma más elegante de llegar a tu garaje con la nueva adquisición es con ella pistoneando y echando algo de humo, pero este placer lleva un gasto de seguro que según lo que vayas a hacer con la moto es imprescindible o lo puedes dejar para más adelante. En mi caso, al ser una moto-escuela de mecánica, no tenía intención de rodarla sino más bien de desmontarla al completo para después arreglarle hasta el último tornillo, así que no le hice el seguro.

En definitiva, necesitaba un transporte para mi querida FEYS y éste pasaba por pedir prestado un coche con bola y un remolque, que gracias a mis amigos Javier y Silvia respectivamente tenía a mi disposición. O bien alquilar una furgoneta, que total por unos 180-200 euros la tienes por un día. Como suele pasar, en el día de autos, no estuvo disponible el coche ni  Javier, que al final tuvo unos imponderables, así que no pude ir a por el carrito, ni había alquilado la furgoneta…¡ Oscar!

 
Oscar es un amigo que siempre está cuando se le necesita, tengo en ocasiones el sentimiento de que me aprovecho de él, pero lo hago de forma completamente inconsciente y también por que la forma de ser de este hombre merece dossier aparte. Así que apelé a su ayuda y a su magnífico Mitsubitshi Montero largo en el que casi cabe la moto entera. Oscar me recogió en casa, me llevó a la corrala de Lavapiés, prácticamente subió él solo la moto. Bueno, aquí le ayudó bastante el vendedor, que viendo que no cabía empujó la moto con todas sus fuerzas hasta que estuvo dentro, y vaya que si cabía, no tenía ganas de quitársela de encima ni nada. Tras el rato de gestoría la moto ya estaba atada y asegurada, con el portón trasero semi abierto.

Oscar tomó un camino algo más largo para llegar a casa evitando las autovías y la posibilidad de encontrar alguna patrulla de la policía curiosa con las puertas abiertas…, yo no dejaba de mirar hacia atrás, no por temor a que la moto se cayera, sino para verla.

Claro, se nos hizo de noche y la hora de cenar y de todo, así que Oscar volvió a llegar tarde a casa por ayudarme. Gracias amigo.

Me gustaría mencionar que para atar una moto para el transporte, ya sea en carrito o en vehículo, la mejor forma es asegurarle la rueda delantera, atándole desde la tija delantera en ambos lados, y tensando bien las cintas de amarre, para lo cual sirve inclinar la moto un poco a un lado con éstas algo sueltas, para tensar así sobre una distancia menor, y al repetir la acción en el lado contrario se queda la moto prácticamente pegada al suelo. Sólo hay una pega, que la horquilla sufre un poco, así que no conviene tener la moto atada así más tiempo del necesario por el bien de los retenes.
Si os quedáis más tranquilos también se puede asegurar la parte trasera, intentad atar siempre del chasis o basculante, y en zonas romas tanto de la moto como del carrito que no corten la cinta durante el traslado. Por último, de mis tiempos junto a los supervisores de carga del ejército, sed escrupulosos en las vueltas de las cintas y en los enredos, la cinta lo más plana que se pueda a lo largo de su recorrido.


 
En la foto se puede ver que ya hemos bajado la moto del coche, la rampa es la que utiliza Oscar para sacar el coche del barro o arena cuando hace rutas por el campo. Se puede observar también que las ruedas están prácticamente sin aire lo que dificulta la maniobra de rodaje arriba y abajo. Los guantes son para evitar mancharse mucho. El principio de un montón de meses con las manos sucias.

Bueno no estaba tan mal, realmente la moto ya era bonita, lo que pasa es que nadie la cuidaba desde hacía mucho tiempo, una vez en el garaje le sacamos alguna foto más.

 
En estas se puede ver el lamentable estado de abandono y la cantidad de polvo y porquería acumulados por el paso del tiempo. A mi me llamó la atención los enormes faros antiniebla que equipaba, que funcionaban y la mezcla de piezas que lucía la moto, en este momento empecé a llamarla FEYS, pues tenía piezas de todos los modelos de las Sanglas, es una E, pero el freno delantero es de F, el depósito y colín de S o de Y, total que con FEYS se quedó.



Ya casi al irse Oscar y comentando con mi mujer la última adquisición de la familia, con una cara que daba a entender que me quiere mucho pero que estoy chalado, abrí las dos maletas que me dio el antiguo dueño, en una no había mas que trapos y unos trocitos de macarrón viejo y endurecido de un color azul muy bonito, pero inservible. En la otra para mi sorpresa aparecieron las dos tapas laterales de la moto y toda la documentación desde su subasta en lote de la Guardia Civil hasta los numeritos y seguros de los antiguos propietarios. Que alegría al ver que la moto estaba entera y que además me había topado con toda su historia.

La cúpula también la tenía la moto, una Puig de la época muy bien construida, muy fuerte, pero muy pesada. La decoración de la moto también era muy curiosa, toda en azul claro metalizado con un par de líneas pintadas a mano como en los autobuses y taxis antiguos. Buen pulso hay que tener para dejarlo así.

Como recuerdos gratos para mi pero no para los demás el olor a moto que dejó en el garaje, con el tiempo aprendí que las motos no huelen, sólo lo que se les va quedando pegado, pero a mi me recordó el taller donde de pequeño hurtaba rodamientos para ir a jugar a las canicas, el taller de Joaquín. Aún hoy existe, transformado y modernizado, recuerdo cómo el padre de Joaquín nos aseguraba que con las piezas que tenía en el trastero era capaz de montar un coche entero, y no lo dudo, aquel señor tenía un Citroen Pato, el coche más antiguo en el que yo he montado. Un espectáculo de señor. Pero esto también es otra historia.





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